NUEVA YORK.— En los mares del sur, los pingüinos enfrentan amenazas como focas y orcas. En tierra, suelen hallar refugio en la multitud. Sin embargo, en la Patagonia argentina, estas aves marinas están siendo sorprendentemente cazadas por un depredador terrestre: los pumas.
Un estudio reciente, difundido este miércoles en la publicación Proceedings of the Royal Society B, presenta lo que un experto describió como «una fascinante combinación de seguimiento animal y análisis trófico», según Jake Goheen, ecólogo de la Universidad Estatal de Iowa, ajeno a la investigación.
Goheen destacó que los pumas tienen una dieta basada principalmente en mamíferos herbívoros, y no suelen incluir aves de pequeño porte como los pingüinos de Magallanes.
«Resulta un caso notable que evidencia la gran adaptabilidad de los grandes predadores», expresó Goheen.
A comienzos del siglo pasado, la expansión de la ganadería ovina erradicó a los pumas de la Patagonia. Ante la ausencia de estos felinos, los pingüinos de Magallanes, que antes habitaban mayormente en islas oceánicas, establecieron importantes colonias de cría en la costa argentina. Las iniciativas de protección han permitido el regreso de los pumas, creando el escenario para un nuevo vínculo entre ambas especies.
Mitchell Serota, ecólogo y autor principal del trabajo, se centró en entender de qué modo los pingüinos de Magallanes, como un recurso alimenticio novedoso, alteraban los desplazamientos de los pumas en el territorio. También investigó las interacciones entre los propios felinos y su densidad poblacional.
Para analizar estos cambios de conducta, Serota, quien concluyó su investigación en la Universidad de California, Berkeley, junto a su equipo, equipó con collares GPS a 14 pumas en el Parque Nacional Monte León. Recabaron datos entre 2019 y 2023. Dado que los pingüinos son migratorios y solo ocupan la colonia del parque durante parte del año, los científicos monitorearon los movimientos e interacciones de los pumas a través de las distintas estaciones.
Hallaron que la conducta de los pumas se modificaba al permanecer más tiempo cerca de la colonia de pingüinos. Los felinos que se alimentaban de estas aves mantenían territorios más reducidos que los que no lo hacían, y los encuentros entre individuos eran más frecuentes en los alrededores de la colonia.
Briana Abrahms, ecóloga de la Universidad de Washington que no formó parte del estudio, conocía los ataques de pumas a pingüinos. Había investigado una colonia al norte de Monte León y consideraba esos eventos como algo poco común.
«Lo que al principio me causó asombro, aunque en retrospectiva es lógico, es la magnitud de la depredación sobre estos pingüinos», afirmó, «y el grado de adaptación que han mostrado los pumas a esta nueva presa».
Seguimiento satelital
Al combinar la información del GPS con registros de cámaras trampa, los investigadores también identificaron lo que podría ser la mayor densidad de pumas jamás registrada en un área específica, señaló Serota. Aunque son animales solitarios por naturaleza, su concentración en esta zona duplicaba la observada en otros sitios, incrementando los contactos entre ellos.
Serota equiparó esta situación con la de los osos pardos, que coexisten durante la temporada de salmón. «Los pingüinos parecen estar generando un efecto similar entre los pumas», comentó. «Una fuente de alimento abundante puede congregar a los depredadores».
Las alteraciones en los ecosistemas influyen en el cómo, cuándo y dónde los depredadores consiguen su alimento, con consecuencias ecológicas de mayor alcance. Para los pumas de la región, cuya dieta habitual se basa en guanacos –herbívoros similares a las llamas–, esos impactos más amplios aún son una incógnita.
«Considerando que pumas y guanacos constituyen la principal relación depredador-presa de la zona, cualquier modificación en los patrones de caza y movimiento de los felinos puede desencadenar un efecto cascada significativo», explicó Serota.
Los pingüinos, una presa vulnerable para los pumas, podrían incluso verse afectados por esta cadena de eventos. «¿Llegaremos a ver en el futuro que los pingüinos retornen a habitar principalmente en islas oceánicas?», se preguntó Goheen.
Para Serota, la investigación demostró que un nuevo vínculo depredador-presa, como el establecido entre pumas y pingüinos, tiene el poder de transformar un ecosistema.
«Recuperar la fauna en paisajes actuales, modificados por el hombre, no implica simplemente devolver los ecosistemas a un estado pretérito», afirmó Serota. «Puede dar lugar a interacciones totalmente nuevas que reconfiguran la conducta y las poblaciones animales de maneras realmente imprevistas».
Una premisa habitual en la ciencia es que la reintroducción de grandes carnívoros puede restaurar un ecosistema a su condición original. Pero durante el lapso en que estos predadores estuvieron ausentes, otros elementos también han cambiado. «Se reintroduce a los carnívoros en un ecosistema que no necesariamente se asemeja al que presenció su extinción local», señaló Goheen. Los animales se encuentran con escenarios novedosos.
«Como científicos, debemos aceptar esa realidad», dijo, «y no promover en la sociedad la noción de que, al restaurar a los carnívoros, obtendremos automáticamente toda una serie de beneficios en cascada para el resto del ecosistema».
Y concluyó: «Debemos reintroducir a los carnívoros porque tienen derecho a estar allí y porque fuimos nosotros quienes los eliminamos en primer lugar».
Por Alexa Robles-Gil
