SANTIAGO, Chile.– El resultado de la segunda vuelta presidencial no dejó lugar a dudas. Con un respaldo del 58,17% de los votos y una diferencia superior a los quince puntos, según las cifras oficiales, José Antonio Kast logró una victoria contundente y marcó el retorno de la derecha al Palacio de La Moneda. Centrando su campaña en la seguridad, la inmigración no regulada y el descontento con el gobierno saliente, el líder del Partido Republicano se impuso ampliamente sobre la candidata comunista Jeannette Jara, quien obtuvo el 41,83%, y se alzó con la presidencia de Chile.
La confirmación llegó desde su propio equipo de campaña. “José Antonio Kast es oficialmente el presidente electo”, indicaron sus colaboradores más cercanos, al tiempo que informaron que el candidato ya había recibido la llamada de Jara reconociendo el resultado.
Poco después, la propia candidata lo confirmó en sus redes sociales: “La democracia se expresó con fuerza y claridad. Acabo de comunicarme con el Presidente electo José Antonio Kast”, escribió. Y añadió: “A quienes nos apoyaron y se sumaron a nuestra propuesta, tengan claro que seguiremos trabajando por mejorar la vida en nuestra patria. Juntos y de pie, como siempre”. Horas más tarde, Jara se acercó personalmente a la sede del Partido Republicano para saludar a Kast y formalizar el gesto de reconocimiento de su derrota.
El gesto fue secundado poco después por el presidente Gabriel Boric, quien llamó a Kast desde La Moneda, en una conversación transmitida en vivo según la tradición chilena. Durante el contacto, el mandatario felicitó al presidente electo, le ofreció colaboración para el proceso de transición y subrayó el valor de las instituciones democráticas. “Quiero que sepa que, como Presidente de la República, siempre estaré a disposición para colaborar con los destinos de la patria”, le dijo Boric, remarcando el sentido de continuidad institucional: “La República es más grande que usted o yo”.
La elección se desarrolló en un clima de alta participación, impulsada por el voto obligatorio, aunque el porcentaje final del padrón aún no había sido informado oficialmente. Con los cómputos avanzados, el triunfo de Kast adquirió un carácter histórico: con 7.242.960 votos, se convirtió en el presidente más votado en la historia de Chile, superando no solo la marca de Sebastián Piñera en 2017, sino también el récord previo de Gabriel Boric en 2021. Este dato refuerza la magnitud de una victoria interpretada tanto como un respaldo a su agenda como un severo castigo al gobierno saliente.
En ese resultado tuvo un peso decisivo el electorado de Franco Parisi, la sorpresa de la primera vuelta, que había obtenido el 19,7% de los votos. Aunque el líder del Partido de la Gente evitó un respaldo explícito y promovió el voto nulo, una porción significativa de sus votantes terminó inclinándose por Kast en la segunda vuelta, atraída por un discurso de orden, rechazo a la política tradicional y crítica al oficialismo. Esta transferencia silenciosa amplió la ventaja del candidato republicano y terminó de inclinar la balanza.
El dato lo confirma: los votos blancos y nulos apenas representaron el 7,07% del total, muy por debajo del caudal que Parisi había cosechado en noviembre, lo que sugiere que su llamado a no optar por ninguno de los dos candidatos tuvo un impacto limitado.
La escena del triunfo empezó a tomar forma incluso antes de que se conocieran los primeros resultados oficiales. La música irrumpió en el comando de Kast apenas cerraron las urnas. Con un escenario montado que cortó la calle Presidente Errázuriz, frente a la sede del Partido Republicano, en el barrio de Las Condes, el clima de celebración se instaló desde temprano, con banderas, cánticos y un tono festivo que anticipaba un desenlace favorable.
Para Kast y su entorno, el resultado es algo más que una alternancia en el poder. Funciona como un veredicto sobre el gobierno de Boric y sobre la promesa de cambios “fundacionales” que marcó el ciclo político abierto tras el estallido social de 2019. Para la izquierda, en cambio, la derrota confirmó el costo electoral de la inseguridad, el estancamiento económico y la frustración acumulada luego de dos procesos constitucionales fallidos. El presidente electo asumirá el próximo 11 de marzo.
Una victoria construida
El triunfo también tuvo sabor a revancha. En 2017, Kast había quedado fuera en la primera vuelta y, en 2021, perdió el balotaje frente a Boric. Esta vez, en su tercera candidatura presidencial, llegó con un diseño distinto: moderó el tono, dejó en segundo plano la llamada “batalla cultural” y concentró su mensaje en los temas que hoy dominan la conversación pública.
El politólogo Cristóbal Bellolio, profesor asociado de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez, lo había sintetizado antes de la elección: “Lo que ha hecho Kast durante todo este año es moderar su plataforma programática para disminuir resistencias. Entonces, al moderarse y al abandonar —lo que en Argentina mis amigos llaman— la batalla cultural, de alguna manera casi dijo: ‘Yo me voy a dedicar a seguridad, al combate a la delincuencia, al combate a la inmigración ilegal y a la economía’”.
Rodrigo Arellano, vicedecano de la Facultad de Gobierno de la Universidad del Desarrollo, suma un factor clave: la construcción de gobernabilidad. “En esta segunda vuelta mantuvo sus ejes temáticos, seguridad y empleo, pero ha dado señales claras de gobernabilidad al incorporar sensibilidades que en 2021 no lo acompañaron”, explicó. En ese movimiento ubicó el acercamiento a sectores de la centroderecha tradicional y de la derecha más dura, incluidos los respaldos explícitos de Evelyn Matthei, de la UDI, y de Johannes Kaiser, líder del Partido Nacional Libertario, que se alinearon detrás de Kast tras la primera vuelta.
Seguridad primero, economía después
La campaña estuvo atravesada por un cambio claro en las prioridades ciudadanas. Gilberto Aranda, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Chile, lo resumió sin rodeos: “Hoy el tema número uno es seguridad; después, economía. En ese orden”.
Esa agenda no solo ordenó los discursos, sino que también tensionó el debate entre percepción y realidad. Bellolio lo planteó así: “En muchos sentidos la delincuencia ha disminuido bajo este gobierno. Sin embargo, la percepción es altísima”. Y explicó que esa sensación se alimenta por varios factores, entre ellos el uso político del tema: “La oposición siempre aumenta la sensación de crisis”.
Las encuestas respaldan ese diagnóstico. Distintos sondeos muestran niveles históricamente altos de temor al delito y una evaluación negativa de la situación de seguridad. Según Ipsos, más de seis de cada diez chilenos mencionaron el crimen y la violencia entre sus principales preocupaciones durante la campaña, mientras que estudios del CEP y de Cadem coinciden en que alrededor de ocho de cada diez personas creen que la delincuencia aumentó en el último año.
“Cuestiones que se veían en televisión, ahora se empiezan a informar en los noticieros”, resume Aranda.
El trasfondo económico también pesó en ese orden de prioridades. Chile llega a la elección con un escenario de crecimiento débil y señales persistentes de estancamiento: la economía se expandió en torno al 1% en 2024 y las proyecciones para 2025 siguen siendo moderadas. El desempleo se mantiene cerca del 8%, por encima de los niveles previos a la pandemia, mientras que la inversión lleva varios años sin recuperar dinamismo, golpeada por la incertidumbre política, los procesos constitucionales fallidos y el freno de proyectos de gran escala, en especial en minería y energía. Ese combo —inseguridad, bajo crecimiento y falta de inversión— terminó de consolidar el clima de desgaste que enfrentó el oficialismo.
El desafío: gobernar
Con el triunfo consumado, el foco pasó de la campaña a la gobernabilidad, una preocupación que Kast buscó marcar desde temprano este domingo, cuando fue a votar en Buin. Allí afirmó que, si ganaba, sería “presidente de todos los chilenos” y que su gobierno no estaría “al servicio de un sector, sino del país completo”.
Arellano lo planteó como tarea inmediata: “Lo primero: configurar un gabinete que le dé gobernabilidad. Yo creo que ahí va a estar la clave de todo”. Y explicó el trasfondo: “Va a requerir grandes acuerdos de gobernabilidad que le permitan tener la posibilidad de poder avanzar legislativamente”.
Ese escenario llega acompañado de reparos que el nuevo presidente deberá despejar desde el inicio. Durante la campaña, distintos analistas señalaron la amplitud de algunas de sus promesas y la falta de precisiones sobre su implementación, especialmente en áreas sensibles como migración, seguridad y política económica.
En ese marco, la transición ya comenzó a tomar forma. Para este lunes está previsto un primer encuentro entre Boric y Kast en La Moneda, donde ambos abordarán los lineamientos iniciales del traspaso de mando. El gesto busca reforzar una señal de continuidad institucional y encauzar un proceso ordenado en un país donde las transiciones presidenciales suelen ser rápidas, formales y políticamente cuidadas.
El desafío para Kast, ahora, será convertir sus promesas en gestión y acuerdos, en un país donde el péndulo político se movió hacia la derecha, pero donde el voto obligatorio, la fatiga social y la fragmentación del Congreso anticipan un terreno complejo para gobernar.
