Una renuncia estratégica: Salazar prioriza su proyecto político local sobre la alianza nacional

La salida del radical de la Anses expone las tensiones entre los acuerdos de gobernabilidad y las ambiciones personales en un año electoral clave. El costo de la lealtad en el interior del país.

En un movimiento calculado que pone en evidencia las frágiles bases de las alianzas políticas, Sebastián Salazar, hasta hoy gerente regional de la Anses, presentó su renuncia indeclinable al cargo. El gesto, formalizado este mediodía, no es una mera protesta ideológica; es, sobre todo, una jugada estratégica que prioriza su capital político en Tucumán por encima de su adhesión al proyecto de La Libertad Avanza en el Gobierno nacional.

Según trascendió de su entorno más cercano, la dimisión se debió al «poco margen de maniobra» que Buenos Aires otorgaba a las delegaciones. Sin embargo, analistas y fuentes políticas locales interpretan la decisión como el inevitable desenganche de un dirigente que vio más costos que beneficios en continuar asociado a la gestión de Javier Milei, especialmente a escasos días de los comicios del 26 de octubre.

El cálculo político por encima de la gestión

Salazar, ex intendente de Bella Vista y hombre fuerte del radicalismo en el este provincial, había apostado a la alianza nacional como una forma de obtener recursos e influencia. Sin embargo, la realidad chocó con la expectativa. Las políticas de recorte en áreas sensibles como el financiamiento universitario y la discapacidad se convirtieron en una carga electoral insostenible para un dirigente cuya gestión municipal, y ahora la de su esposa Paula Quiles, se ha publicitado en base a la apertura de centros universitarios y de atención social.

«Esta renuncia demuestra que su acercamiento a LLA no había sido por un cargo», argumentaron sus colaboradores, en un intento por limpiar su imagen de cualquier acusación de oportunismo. Pero la lectura en los pasillos políticos es diferente: la renuncia busca distanciarlo a tiempo de un Gobierno cuyas medidas son impopulares en el territorio, salvaguardando así su propio proyecto de poder provincial.

Al quejarse de que «cualquier decisión se tomaba en Buenos Aires», Salazar enarbola la bandera de la autonomía provincial, un valor político siempre redituable en el interior. Este distanciamiento le permite reposicionarse como un líder independiente y crítico, liberado de las ataduras que le imponía la lealtad a un Ejecutivo nacional con el que, se evidencia, la coincidencia era superficial y circunstancial.

Su decisión de no apoyar a ningún candidato, ni siquiera a su correligionario Roberto Sánchez, confirma que su prioridad absoluta es fortalecer su espacio personal («el salazarismo») en Bella Vista y el departamento Leales, contagiando, según sus palabras, «el cambio que hizo» en su municipio. El proyecto nacional, en este esquema, queda en un segundo plano, subordinado a las necesidades tácticas de su carrera política.

La renuncia de Salazar no es simplemente la pérdida de un aliado para La Libertad Avanza. Es un recordatorio de que en la política argentina, las lealtades son fluidas y suelen doblegarse ante el frío cálculo de la conveniencia y la prioridad de un proyecto personal por encima de cualquier gran acuerdo nacional.

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