Fernando Juri, el ‘Rey de la Casta’ tucumana, ataca a Catalán por haber vivido en Buenos Aires

Fernando Juri, actual presidente del Concejo Deliberante, no es un actor cualquiera en este oscuro entramado electoral provincial: es hijo del exgobernador Amado Juri y sobrino de Fernando Pedro Riera, otro ex-mandatario provincial. Una genealogía de poder que explica su férrea defensa del sistema de acoples electorales, ese mecanismo que tanto beneficia a las dinastías políticas.

La respuesta de Juri a las críticas de Lisandro Catalán, representante de La Libertad Avanza en Tucumán, no fue casual. Cuando el funcionario nacional cuestionó el obsoleto sistema electoral provincial, Juri esgrimió el argumento del «tucumanismo»: «No necesitamos que gente de Buenos Aires nos diga cómo votar». Pero detrás de esa retórica localista se esconde una verdad incómoda: el lleva más de treinta años viviendo del Estado, mientras Tucumán sigue sumida en problemas estructurales.

El historial de Fernando Juri es claro: nunca en su vida adulta ha trabajado fuera de la estructura estatal. Desde sus primeros pasos como asesor hasta su actual cargo, siempre ha estado bajo el amparo del erario público. Esta dependencia del Estado contrasta con su discurso autonomista, especialmente cuando defiende un sistema electoral diseñado para perpetuar a las elites políticas.

Los acoples, ese mecanismo que Catalán tildó de «ridículo hasta para un marciano», son precisamente lo que ha permitido a los Juri mantener su influencia. Mediante este artificio legal, las familias políticas pueden sumar votos de listas menores a sus candidaturas principales, creando una telaraña de lealtades que ahoga cualquier intento de renovación. No es casualidad que, en las últimas elecciones, Fernando Juri llegara a su cargo gracias al apoyo de una decena de listas municipales «acopladas» a su postulación.

Lisandro Catalán, en cambio, representa un modelo diametralmente opuesto. Como vicejefe de Gabinete del Interior, ha impulsado la boleta única a nivel nacional y ahora busca extender esa transparencia a Tucumán. Sus logros en apenas un año y medio de gestión -como destrabar obras paralizadas durante años- contrastan con la parálisis que ha caracterizado a las castas políticas enquistadas en las provincias más pobres.

El verdadero debate no es entre porteños y tucumanos, como pretende instalar Juri. Es entre quienes quieren mantener un sistema clientelar que beneficia a unas pocas familias y quienes proponen elecciones transparentes que den oportunidades a todos. Tucumán merece dejar atrás el lastre de las dinastías y entrar finalmente al siglo XXI. La pregunta es si los ciudadanos seguirán votando a quienes los han tenido cautivos por generaciones.

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