Por Martín Javier Augier
Los revolucionarios o autodenominados patriotas habían tomado a gran parte de la «buena sociedad francesa», los habían expoliado, salvajemente ejecutado, y con buena pluma se narraba la denominada Liberté, égalité, fraternité, eran tiempos de sangre la denominada Época del Terror en Francia. Para evitar que los contrarrevolucionarios o resabios de los reales ejércitos franceses se unieran ante una posible llegada de los austriacos y salvaran a Luis XVI , se agilizó su ejecución en la madrugada francesa del 21 de enero de 1793, en la Plaza de la Revolución actual Plaza de la Concordia.

Para ello el Delfín de Francia, fue sacado de su calabozo y trasladado a los empujones y subieron al cadalso, sus verdugos que lo esperaban intentaron atarles las manos y el Delfín francés respondió «Haréis lo que se os haya ordenado, pero no me ataréis nunca». Antes de ser ejecutado disculpo al pueblo francés de los atroces crimines que se lo acusaba y rogó a Dios que su sangre no recaiga jamás sobre Francia.

El pueblo salió a presenciar la muerte del monarca entonó la Marsellesa, mientras la cabeza del monarca rodaba uno de sus verdugos recogió la cabeza paseándose por el patíbulo mientras el pueblo se levantó en algarabía festejando el fin de la Francia Antigua.
Desde el 21 de enero de 1815, sus restos y los de su esposa, María Antonieta, descansan en la basílica Saint-Denis, al norte de París.